Semana 4 - Me uno a ti, Madre

 

Como fruto de nuestra alianza de amor con ella, nuestros pensamientos y sentimientos se dirigen a la unión con María en este camino de cruz. Más allá de esa convicción en la alianza, que afirmamos por medio de nuestras contribuciones al capital de gracias y muchas otras costumbres, sabemos que no podemos dar testimonio de nuestra alianza de amor solas. Necesitamos unirnos a un “tú”, unirnos a otros.

Si bien Dios Todopoderoso no existe como soledad sino como unidad —Santísima Trinidad—el ser humano, proveniente del amor de Dios, tampoco puede existir solo. Cristo mismo buscó unir todo en él por medio de su sacrificio. Buscó que los fariseos comprendieran una nueva forma de integrar la tradición a la realidad cotidiana; buscó revelar una nueva imagen de Dios como padre. Pero su acción y mensaje radical trajo división. La verdad se resistió a la mentira y la mentira engendró desamor. Pero triunfó el amor, y por eso también, la verdad y la unión.

 

Esta semana nos hacemos conscientes de que no podemos recorrer la cuaresma solas. No podemos darle vida a nuestra alianza solas. Tampoco podemos darle vida a nuestro Santuario Hogar, a nuestra rama, solas. Necesitamos de otros para llegar a la meta de la santidad. La vida que crece en nuestro interior a partir de nuestras aspiraciones es fruto del amor que anida en nuestro interior. Ese amor solo puede llegar a ser lo que es si se regala amor y si recibe amor, si permanece en unión y no se separa del objeto de su amor, sean los hijos, el esposo, la familia, los que Dios nos confía a diario. Esa unión es la que genera historia de salvación.

 

Permanezcamos cerca de María. Unirnos a ella significa unirnos a una fuente de gracias de constante fluir. Unirnos a ella significa unirnos a Cristo, y a su misión. En unión con María captamos la profundidad de los misterios pascuales que se desatan frente a nuestra mirada en las Escrituras y en la liturgia de estas semanas. Unión con María es garantía de que tarde o temprano llegaremos a descubrir en nuestro interior el secreto de su sí a Dios. Al llevar el misterio de Dios y de otros profundo del corazón, nos adentraremos en su entrega incondicional al igual que en su disponibilidad y desinterés al cumplir la voluntad del Padre. En ese silencio del alma nos unimos a la Mater esta semana.

Semana 4 - Me uno a ti, Madre

Sagradas Escrituras

 

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa nos arrastran continuamente a la muerte, nos tratan como ovejas destinadas al matadero. Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom. 8; 35-39)

Hacia el Padre

 

Padre, junto a María, nuestra Madre, quiero acompañar al Redentor del mundo

y en su lucha a muerte ver esos poderes que actúan en todos los sucesos de la historia. Ayúdame, con su Esposa la Gran Señal, a ofrecerle como instrumento

mis débiles manos a Él, el Señor, a quien, por amor a nosotros,

constituiste para enjuiciar a Satanás.

Me veo situado entre esos dos grandes poderes

que se proscriben mutuamente en una eterna lucha,

y con entera libertad una vez más me decido por Cristo

ahora y para siempre.

Concédeme abrazar con el Señor alegremente la cruz,

e ir por los caminos de la Inscriptio sin vacilación,

para que como esposa me asemeje al Esposo

y como instrumento sea fecundo

para su Reino de Schoenstatt.

Te imploro, Señora tres veces Admirable, contemplar

la profundidad del corazón de Cristo y, en medio de un mar agitado por el odio, acompañarlo con el ardiente fuego de tu amor. Amén. (241-244)

Para meditar en silencio

 

Padre Eterno, te traigo mi corazón. Te pido luz para descubrir aquello que en mi vida todavía no he entregarle a la Mater y que me impide unirme a ella en una mayor entrega.

¡Me uno a ti, Madre!

Me uno a ti, Madre. Me incorporo a tu historia y a tu destino.

Respiro tu aire en mi entorno y dejo que tu mano educadora me transforme.

Tus manos me conducen por los caminos de autoeducación. Le dan balance a mi pensar y a mi juicio. Me dan apoyo y seguridad.

Me uno a ti en el quehacer diario. Te ofrezco con amor lo grande y pequeño, el dolor y la alegría, los logros y las frustraciones. Nos hacemos una en la vivencia del Santuario—una en el corazón de Dios Padre, en el amor de tu Hijo, en el fuego del Espíritu Santo.

Nos hacemos una en el crisol del dolor y en el silencio que aporta profundidad al encuentro humano. Nos hacemos una al acoger la debilidad y al observar y corregir el error.

Nos hacemos una en el caminar diario con Cristo, su camino evangelizador y su camino de cruz, en el polvo de ese camino duro que a veces nos sorprende con consuelos.

Me uno a ti, Madre, a la hora de su crucifixión. Cuando no todos capten tu belleza tras el dolor y amarguras, tras el bullicio y los conflictos, tras el error y el silencio, estaré contigo, Madre, al pie de la cruz. Contigo y con Cristo… ¡Me uno a ti, Madre!

Paso 4 – Aprendamos a unirnos a Dios por María

Palabras del P. Kentenich

 

 

El hombre que ante Dios se reconozca pequeño y confiese su miseria, será en cierto sentido “omnipotente” ante Dios y Dios omnipotente será a su vez “impotente” ante él. El conocimiento y reconocimiento de la miseria humana ante Dios significa impotencia de Dios y omnipotencia del ser humano. Por eso, aunque yo haya cometido sabe Dios cuántos pecados, lo peor que me puede pasar es cerrarme a Dios, endurecerme ante El. (…)

Cuando se dan las condiciones se origina un movimiento hacia el tú, hacia el otro; todo impulsa hacia el amado. De ese movimiento amoroso resultan hechos de amor. El alma quiere estar espiritualmente junto a la persona amada y en lo posible también en su cercanía física. Los hechos de amor impulsan hacia la unión amorosa. El alma no está en paz hasta hallar su punto de reposo en lo más íntimo del corazón del amado. Así entendemos lo que dijera San Agustín: “Nuestro corazón fue creado para Ti y no descansará hasta que repose en Ti”6. El corazón quiere descansar en Dios. Esta es toda la psicología del amor aplicada a Dios.7